Eduardo Ibarra Colado
Eduardo Ibarra
Colado en fírgoa
Con gran pesar nos enteramos de la temprana
muerte de nuestro amigo y colaborador de fírgoa. Reproducimos el artículo
que publica Carlos Ornelas en el Excelsior de México.
Carlos Ornelas
Cuando murió, el domingo 19, se encontraba en la cúspide de su
carrera académica. Antes de cumplir los 56 años, sus esfuerzos de docente,
investigador y creador de instituciones ya habían rendido frutos. A pesar de ser
un profesor exigente y riguroso, o quizás por ello, sus estudiantes lo
veneraban.
Para Carmen, con un abrazo fraternal.
Hacia finales de enero de este año fue la última vez que platiqué con él. Nos
encontramos en el pasillo y me saludó con su sonrisa tranquila. Fuimos a mi
oficina y charlamos por un rato breve. Me comentó que le gustaría asesorar a una
estudiante del doctorado en ciencias sociales (programa que coordino), que
quería diseñar su proyecto con un tema que a él le interesaba. Quedamos en el
cambio de tutor al final del trimestre.
¡Ya no hubo ese cambio ni ninguna otra plática! Aquel día se quejó de una
contractura en la espalda, pensaba que tenía una lesión en la columna, mas una
intervención reveló que tenía cáncer en los riñones. La metástasis era un hecho.
Eduardo Ibarra Colado luchó y perdió su batalla lleno de dignidad. Carmen, su
viuda, me comentó en el velorio que él sufría porque iba a dejar muchas cosas
pendientes. Ella se veía resignada, “contenta de haberlo compartido con todos
ustedes”, pero triste por su partida.
En La ciencia como vocación, Max Weber especula: “En el campo de la ciencia,
sin embargo, el hombre que se hace el empresario de la asignatura a la que se
dedique; se para en el escenario y busca legitimarse a sí mismo a través de la
experiencia; luego se pregunta: ¿Cómo puedo demostrar que soy algo más que un
mero especialista y cómo le hago para decir algo en la forma o en el contenido
que nadie más ha dicho?”
Cuando murió, en la noche del domingo 19, Eduardo Ibarra Colado se encontraba
en la cúspide de su carrera académica. Antes de cumplir los 56 años, sus
esfuerzos de docente, investigador y creador de instituciones ya habían rendido
frutos. A pesar de ser un profesor exigente y riguroso, o quizás por ello, sus
estudiantes lo veneraban; hablaban de él con reverencia, al mismo tiempo que se
quejaban de la carga que representaban sus clases. Él impartió docencia en tres
unidades de la UAM: Iztapalapa, Cuajimalpa y Xochimilco.
Fue un fanático de las universidades públicas y las hizo el centro de sus
estudios. Publicó más de un centenar de piezas en revistas y casas editoriales
de prestigio. Algunas de ellas de calidad académica sobresaliente. Por ejemplo,
la que resultó de su tesis de doctorado, La universidad en México hoy:
gubernamentalidad y modernización, obtuvo el premio a la mejor investigación en
ciencias sociales que otorga la Universidad Autónoma Metropolitana a sus
académicos, en 2003. El mismo trabajo ya había sido galardonado como la mejor
tesis de doctorado en el año 2000 en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM. En él dijo cosas que nadie había expresado antes.
Eduardo Ibarra era incansable en su hacer académico. Con el fin de documentar
sus investigaciones y las de sus colegas, ideó la creación de un acervo y
ordenamiento de documentos, el Laboratorio de Análisis Institucional del Sistema
Universitario Mexicano con el fin de facilitar el examen comparado de las
universidades mexicanas. Él era el editor y redactor principal (en forma
artesanal, como le gustaba decir) del semanario de LAISUM, a partir de marzo de
2011 y hasta que la enfermedad lo puso en cama. En esa página electrónica se
encuentran sus análisis personales, “Los puntos sobré las íes”, reseñas de
libros, discusión de actividades y artículos de investigadores asociados al
proyecto.
Su trabajo fue apreciado por pares y autoridades, obtuvo reconocimientos
académicos y premios. La UAM le otorgó el estímulo a la docencia y la
investigación en el más alto nivel en innumerables ocasiones y era miembro del
Sistema Nacional de Investigadores, nivel III. No era un mero especialista.
Eduardo Ibarra Colado se encaminaba a ser un caudillo cultural. Su pasión por la
ciencia y su entusiasmo por el trabajo intelectual, su influencia entre los
estudiantes y entre quienes lo leímos y escuchamos, le otorgan una estatura
académica de respeto y admiración.
Hoy tendremos que vivir sin él. Sus estudiantes lo lloran, sus colegas y
amigos ya lo extrañamos, y su familia le guarda luto. Vivirá en nuestra memoria
por un largo rato. Estoy seguro que de vez en cuando me confundiré si miro a
alguien caminar como él, que le caiga el pelo castaño sobre la cara y le dé
forma a una barba bien cuidada de donde surja esa sonrisa seria tan peculiar de
él.
¡Descanse en paz!
Excelsior, 22/05/13